El pasado 7 de diciembre fue
inaugurada en el Neues Museum de Berlín una gran exposición conmemorativa del
centenario del descubrimiento del famoso busto de Nefertiti que se conserva en este museo berlinés.
La exposición, comprensiva de más
de 400 objetos, muchos de ellos expuestos por primera vez y procedentes de las
colecciones del mismo Neues Museum, el British Museum de Londres, el Louvre de
París y el Metropolitan de Nueva York, ofrece un panorama suficientemente
descriptivo del ambiente material y espiritual tanto del reinado de Akenatón
como de su capital, Achet-Atón, la
ciudad fundada por él mismo y a la que trasladó su corte, llamada hoy Tell el
Amarna.
En efecto, el 6 de diciembre del año 1912, la expedición arqueológica
alemana que, bajo la dirección de Ludwig Borchardt, excavaba en Tell el Amarna descubrió un depósito de esculturas
asociadas a pigmentos y diversas herramientas en la casa que se supone era la
residencia y el taller del escultor real Thutmés. Entre estas obras, muchas
realizadas en yeso como modelos para servir de guía a otras en piedra, figuraba
el maravilloso busto de caliza policromada de la reina Nefertiti, bien obra
terminada y lista para ser entregada a su comandante, bien, lo que no puede
excluirse, otro modelo de taller.
La Pareja Real.- Ella era el
tercer miembro de la tríada formada por su esposo, el faraón Amenhotep IV, que
tomó el nombre de Akenatón y el propio Atón, el nuevo dios de la luz y la
creación, representado por un disco solar con rayos terminados en manos
bendicientes, impulsores de una
revolución religiosa, social y política que convulsionó los cimientos del
Egipto faraónico. Las resistencias que cambios de tal naturaleza ocasionaron,
se mantuvieron latentes durante gran parte del reinado de Akenatón y no tardaron
en salir a la luz después de su muerte, ocurrida probablemente un año después
de la de su esposa, deshaciendo de inmediato toda su labor reformadora y
reponiendo en su lugar tradicional no sólo a los antiguas divinidades, sino
también a la clase sacerdotal y su dirigismo religioso, económico, político y artístico.
Amenhotep IV
era hijo de Amenhotep III, faraón que reinó 38 largos y fructíferos años, entre
el 1388 y 1350 a.C. y de la reina Tiy, presente en la exposición a través de
una pequeña cabeza realizada en madera de tejo y coronada con el disco lunar
entre los cuernos de Hátor y dos plumas, quienes tuvieron al menos seis hijos, de los
cuales, el mayor, Tutmosis, murió prematuramente por lo que los derechos
dinásticos pasaron a aquél; Nefertiti, en cambio, era una princesa de Mitanni,
un Estado situado al norte de la actual Siria, que mantenía con Egipto una ambivalente
relación económica, militar y cultural, según soplaran los vientos políticos en
la región, básicamente por el expansionismo hitita. Al final de sus días,
Amehotep III recuperó la amistad con el país de Mitanni, sellando esta alianza
mediante su matrimonio con la princesa Taduhepa, si bien el faraón murió cuando
ésta iba a su encuentro, razón por la que la joven acabó casándose con su hijo
y heredero, Amenhotep IV a la sazón un joven de sólo 15 años puesto bajo la
regencia de su madre. La edad de
la esposa no la conocemos pero sin duda
era ya núbil por cuanto no tardó en ser madre de dos hijas, Merit-Atón y Maket-Atón, ambas nacidas
en Tebas, antes por tanto del traslado de la
corte a Achet-Atón, donde daría luz a otras cuatro princesas. Muy delgada,
Nefertiti era una mujer de gran belleza física que manifestaba un refinamiento
que trascendía las normas protocolarias de la corte y alcanzaba a sus prácticas
religiosas. Su nombre egipcio -Nefertiti-, que significa “La bella ha venido”,
expresó la admiración que despertó en la corte del joven faraón, lo mismo que
el de “Perfectas son las bellezas de Atón” con el que también se la conoció.
Pero, junto a ello, no puede caber duda de que Nefertiti fue poseedora asimismo
de una fuerte personalidad que le llevó, sin olvidar sus deberes de esposa y
madre, a alcanzar un gran protagonismo en la corte y en el nuevo ritual
religioso dedicado a Atón.
Plano de Achet-Atón. Se aprecia a la izquierda el Gran
Palacio, en el centro abajo, el pequeño templo de Atón y al norte de éste, la casa del Rey. El
gran templo de Atón quedaría fuera de la vista aérea. El camino que corre de
Norte a Sur es la calzada real.
La ciudad, que debió ser construida en un periodo muy breve de tiempo,
ha sido excavada en gran parte, sacando a la luz el plano urbano, presidido por el Gran Templo de
Atón y el Gran Palacio oficial, así como por dos edificios menores, el Pequeño
Templo y la Casa del Rey, que se completaban con otros necesarios para la
administración del imperio, así como con dos palacios más, el llamado Palacio
del Norte y el Palacio de Meruatón, situado al sur. Los muros en general son de
adobe, labrándose en piedra sólo los umbrales, jambas y dinteles de puertas y
ventanas que asimismo se completan con jeroglíficos y se decoran con pequeñas
piezas incrustadas de mayólica y otras pendientes de las caras internas de los
dinteles, lo que sin duda lograba que la ciudad ofreciera un espectáculo
colorista y vibrante tanto al exterior como en el interior de las viviendas.
Tres calles principales que corrían de norte a sur, paralelas al Nilo,
completadas con otras muchas transversales, formaban el viario urbano.
Los suelos, como
asimismo los techos de palacios y viviendas, se enfoscaban y pintaban,
pudiéndose admirar en la exposición un importante fragmento de uno de ellos con
unos ánades levantando el vuelo sobre los papiros del Nilo.
Ánades levantando el vuelo
Las viviendas siguen en general el plan tan común en Egipto de una pieza
cuadrada central cuyo techo de vigas de palmera se sostiene con una o dos columnas,
en torno a la cual se disponen las restantes dependencias de la casa. En los
patios podemos encontrar, como en el caso de la de Thutmés, un establo,
panadería y silos para guardar el grano.
La ciudad que, tras la muerte del
faraón y el subsiguiente abandono por las clases dirigentes, experimentó un
rápido proceso de deterioro hasta desaparecer, ha ofrecido una variedad enorme
de objetos de cultura material entre los que se cuentan, además de los
cerámicos ya citados, piezas de vidrio, madera, piel, metal, etc., ya sean
objetos de tocador como espejos de cobre pulido, pinzas para depilar, cuchillas
para afeitar que eran cuidadosamente afiladas con piedras de amolar, pequeños
frascos para guardar el khol con el que se pintaban los ojos tanto por razones
estéticas como terapéuticas para prevenir enfermedades, etc., etc.; ya objetos
de vidrio para componer collares o fabricar pequeños vasos, así el ictiforme con
la figura de una tilapia del Nilo, usado para guardar cosméticos y que constituye
una de las piezas maestras de la industria del vidrio en Egipto, logrado
mediante adición de cordones de cristal coloreado; ya piezas de marfil como una
posible anteojera de caballo que fue encontrada en lo que se supone era el
taller del jefe de las obras del faraón y escultor real (“Master of work and
sculptor Thutmose”) ya que la inscripción jeroglífica que contiene hace alusión
a él.
Fragmento de anteojera de caballo
La escultura en Achet-Atón.- La reforma religiosa de Akenatón trajo consigo una
nueva visión de la realidad, menos estereotipada y rígida y en consecuewncia
más natural y expresiva. En varios relieves de delicadísima factura es posible
ver a la pareja real en actitud de besarse o sosteniendo en brazos a sus hijas,
escenas de un intenso naturalismo al que, ciertamente, nunca fue completamente
ajeno el arte egipcio, si bien las reglas de composición dictadas por los
sacerdotes impidieron a los artistas desarrollar esta vertiente de su
personalidad.
La escultura que se ha encontrado en Tell el Amarna ha aparecido casi por
completo en un pequeño pasaje denominado R18/R19 que fue cubierto por los
artesanos dentro de un depósito para estatuas y modelos, probablemente en el
tiempo en que la ciudad fue abandonada. Se trata en gran parte de modelos de
taller realizados en yeso sobre los que se conservan bien visibles trazos en
color negro para orientar la labor de las réplicas que se obtenían de aquéllos.
Akenatón y Nefertiti
Las dos piezas esenciales de este conjunto son los bustos de Nefertiti y
de Akenatón, éste mucho menos conocido y peor conservado que el de su esposa,
pero relizado también en caliza policromada, acompañados de un conjunto
numeroso de retratos de ellos mismos realizados en yeso y caliza, la mayor
parte de ellos con trazos en negro que expresan las correcciones que era
necesario realizar.
Akenatón (derecha y centro)y Nefertiti o su hija Merit-Atón
Sin embargo, las dos piezas esenciales son los
bustos en caliza policromada de Nefertiti y de Akenatón, éste último mucho peor
conservado y conocido:
Nefertiti y Akenatón
El faraón no presenta los rasgos andróginos y asexuados de tantas
otras representaciones suyas, de mejillas delgadas, boca llena, barbilla
prominente y forma triangular de la cara; aquí, por el contrario, el rostro es
más ancho y su parecido con los retratos de su padre Amehotep III más intenso.
La obra sufrió sus primeros daños cuando fue trasladada al depósito de estatuas
del taller y posteriormente durante el
periodo de persecución, perdiendo finalmente la boca durante la segunda Guerra
Mundial, siendo la que se ve un añadido hecho expresamente para la exposición y
absolutamente reversible.
El busto de Nefertiti por el contrario presenta escasísimos daños y
luce en todo su esplendor primigenio. Llama la atención en primer lugar y por
su absoluta rareza el hecho de que, a diferencia del de su marido, la
representación se limite prácticamente a la cabeza, bajando hasta los hombros
pero sin incluirlos. La reina lleva collar y se cubre con una alta corona.
La obra, realizada en piedra caliza, estuco pintado, cristal de roca y
cera, se fecha entre 1351 y 1334 a.C. Vista desde la izquierda, presenta un
ligero daño en el perfil de la corona y en la hélice de la oreja; desde atrás,
dos pequeñas pérdidas en el borde de aquélla; desde la derecha, junto con un
pequeño daño en el borde del hombro, de nuevo otro pequeño daño en el perfil y
en la hélice de la oreja así como una relativamente importante pérdida de
estuco; finalmente, de frente, falta la cobra frontal y el ojo derecho.
La figura presenta una exquisita simetría, con la barbilla dividida en
dos pequeños resaltes, mandíbula casi cuadrada, pómulos prominentes, labios muy
bien dibujados y no excesivamente carnosos con las comisuras muy marcadas; ojos
almendrados y cejas perfectamente delineadas. Su cuello, tan esbelto como
delicado, sostiene firmemente la cabeza mediante dos fuertes tendones muy
marcados dada su extrema delgadez. La piel es finísima, sin imperfección
alguna, con una coloración intensa como de larga exposición al sol, lo que la
distingue de las tonalidades más pálidas en ocre amarillo de otras versiones
femeninas.
La escultura podría
decirse que es sobre todo de una gran espiritualidad; probablemente destinada
en un primer momento a su propia tumba, con la vista perdida en el horizonte.
Ajena a todo y a todos, se diría que la reina está en intensa comunicación con
Atón, el dios dinástico.
Miguel JIMÉNEZ JIMÉNEZ